Por: Anun Barriuso y José Manuel Laureiro
para Red de Casas
El presente artículo trata de
arrojar luz sobre los criptojudíos, su origen y su empeño en divulgar y
continuar con sus tradiciones generación tras generación a lo largo de los
siglos y a pesar de las dificultades.
Se denomina “criptojudíos” a
aquellas personas que, a pesar de haber sido obligadas a convertirse al
cristianismo, antes y después del Edicto de Expulsión de 1492, siguieron
practicando su judaísmo en secreto por miedo a la Inquisición. Reciben además
otros calificativos, como “judaizantes”, “marranos”, “b´nei anusim” (o
simplemente “anusim”) y “xuetas”, cuyos significados son:
- “Judaizantes”, porque se les
acusaba no sólo de practicar la religión mosaica, sino además, de propagarla y
hacer nuevos prosélitos.
- “Marranos”, término que se utiliza
sobre todo en Portugal. Hay varias teorías sobre la procedencia del vocablo:
para unos, pone el énfasis en la prohibición halájica que tienen los
judíos de comer carne de cerdo; para otros vendría de “marrar”, “equivocarse”.
- “B´nei anusim” es el nombre
que reciben en hebreo, literalmente “hijos de forzados”.
- “Anusim”, es el plural de anus,
“forzado”.
- “Xuetas”, denominación de
un grupo especial de criptojudíos que se concentran en la isla de Mallorca.
Su
originalidad radica en que durante siglos estuvieron expuestos públicamente sus
“sambenitos”. Sus apellidos, por tanto, eran conocidos por toda la población de
Baleares y corresponden a 15 familias que sufrieron discriminación y siguen
siendo “conocidas” por sus orígenes judíos.
Tradicionalmente se ha dado por
válida la hipótesis de que en los tres meses que marcaba el Edicto de
Expulsión, salieron de la Península todos los judíos que en ella vivían. Sin
embargo, no hace falta ser un experto en demografía para suponer que un movimiento
humano de esas características no se pudo llevar a cabo en tan breve espacio de
tiempo.
Por otro lado, esa explicación
simplista tiene una clara intención de mostrar a “lo judío” como algo ajeno a
“lo español” - esas ideas de “pureza de raza” que tanto daño han hecho a la
Humanidad-. Sin embargo, hay vestigios judíos en la Península desde el siglo I
de nuestra era, lo que supondría quince siglos de arraigo que no son fácilmente
eliminables a golpe de decreto.
La documentación nos indica que los
judíos españoles del siglo XV, acostumbrados a medidas coercitivas que
comenzaron en tiempos de los visigodos con la conversión del rey Recaredo al
cristianismo, pensaron que esta decisión sería pasajera, con el tiempo
aminorada y posteriormente, derogada. Por este motivo, muchas familias que ya
venían realizando falsas conversiones de sus miembros más jóvenes, agudizaron
esta tendencia, con el objetivo de evitar que los bienes particulares fueran
decomisados, aunque los comunes (sinagogas, carnicerías, panaderías, etc.), sí
lo fueran.
Aun así, un gran número de familias
salió de España en cumplimiento del Edicto, la mayoría de ellas, camino de
Portugal, pues hasta años después y por presión de los Reyes Católicos no era
obligatoria la conversión al cristianismo en ese país. Estas conversiones,
falsas o no, darán origen a lo que posteriormente se denominará “el problema
converso”.
Las procedencias de los
descendientes de estos judíos del siglo XV son muy variadas y se encuentran
testimonios de ello por toda la Península. Si bien no en todos los casos se
verbalizaba este origen, la experiencia demuestra que acababa transmitiéndose,
de un modo u otro. En nuestro caso particular, los orígenes se remontan a
Cantabria, con ascendientes en el norte de Burgos y Zamora; y Madrid con
ancestros portugueses y alicantinos, lo que da una idea de la variedad de
regiones en las que habitaron. A este respecto, el profesor Eugeni Casanova, en
su obra “Els jueus amagats” (“Los judíos escondidos”), trata sobre la
existencia de relaciones entre familias de orígenes diversos, a pesar de la
dificultad de establecer nexos entre ellas por residir en lugares
lejanos.
En ocasiones, se trata de familias
de fuertes convicciones religiosas que, al ver truncada la posibilidad de
practicar su religión ancestral, se vuelcan en un fervoroso cristianismo,
aunque dando prioridad a las enseñanzas que encierra el Antiguo Testamento, que
de alguna manera recoge la Torá judía.
Esta necesidad religiosa hace que
algunos de sus miembros profesen en órdenes religiosas, todo ello sin menoscabo
de su condición judía, que no obstante queda relegada sobre todo al ámbito
femenino, donde las mujeres van a ser las transmisoras de las costumbres y las
tradiciones.
Otras familias, por el contrario, se
reafirman en el laicismo y evitan todo contacto con la religión católica por
considerarla “usurpadora” de las verdaderas creencias. Esta ausencia de
religiosidad va a ser cubierta por la racionalidad y el libre pensamiento, con
el que se da explicación a todas las situaciones de la vida diaria.
Así pues, la transmisión de lo que
pudiéramos llamar “la judeidad” se produjo de una manera paulatina, calmada y
totalmente incardinada en la vida y las relaciones domésticas. La discreción, y
a veces el secreto, han sido la piedra angular de esta pervivencia cultural.
Esta trasmisión es la base de la
singularidad del fenómeno de los criptojudíos, que no se materializa únicamente
en unas costumbres sino en una cosmovisión del mundo muy particular, entroncada
indudablemente con la tradición judía.
Este texto es obra de Anun
Barriuso y José Manuel Laureiro, profesores e investigadores del
legado judío en Sefarad y Fundadores del Centro Isaac Campantón, y se enmarca
en las conferencias "Vestigios criptojudíos en la Raya de España y
Portugal", que organiza el Centro
Sefarad-Israel los días 4 y 5 de mayo en Madrid. Ambos son además
autores del libro “El Norte de Sefarad”, así como de diversos artículos sobre
las juderías de la Península Ibérica, vestigios judíos en la Raya con Portugal,
el refranero antijudío, y otros.