viernes, 23 de agosto de 2013

Sobre los marranos

Según José Meir Estrugo Hazán (Esmirna 1888-La Habana 1962), no existe unanimidad en la interpretación de la palabra marrano, cuyo origen algunos lingüistas lo encuentran en la palabra hebrea “marrano” que significa “anatema sobre ti” o en la árabe “Moharrama” que significa “cosa prohibida”, que también la usaban para referirse al cerdo de un año (Los Sefardíes, 18-19).

El término refería despectivamente a los judeoconversos que continuaban practicando la Ley de Moisés en secreto. En la actualidad la palabra se ha resemantizado y, además de evocar la resistencia contra la inquisición, refiere tanto a discursos como a lecturas críticas contra la norma o el
status quo en la literatura, la filosofía y la cultura en general.  

Los últimos marranos

Por
Jacques Derrida (1930-2004)
Tomado de
«Diáspora: tierras natales del exilio»


Velan. No esperan nada, parece, más que el shabbat o el Mesías. Intensa relación con el tiempo mismo. Velan, tan pacientemente, sin decir palabra, por el tiempo que pasa sin pasar. Velan ambos, en silencio, como si velasen también al silencio, y por un tiempo de silencio. Embargo ante la imagen de los Últimos Marranos.

Sus poses difieren: ella arrodillada, él sentado, ensimismado, meditativo, el rostro orientado de otro modo, vuelto cada uno hacia otra fuente de luz, velan. Sin una palabra. El silencio no es aquí el efecto normal de una fotografía siempre muda. No, el fotógrafo enfoca un «callarse» determinado, vigilante, vigilado, un saber-callarse incluso, a saber lo que hace falta saber para saber guardar un secreto. Velan la vigilia del sábado, a la apertura del shabbat.


Encendiendo las velas de Shabbat en el armario,
Belmonte, Portugal, foto de: Frédéric Brenner


Imaginen un marrano de la Argelia francesa que quisiese rendir homenaje, en cuerpo a cuerpo, a la riqueza polisémica de la palabra francesa «veilleuse». (Me acuerdo, yo que juego ahora a presentarme como un marrano portugués, de todos los ritos de la luz, desde la tarde del viernes, en El Biar. Vuelvo a ver el instante en el que, habiendo tomado todas las precauciones, habiendo encendido mi madre la veilleuse, la vela mariposa cuya pequeña llama flotaba en la superficie de un vaso de aceite, era preciso de repente no tocar ya el fuego, ya no encender una cerilla, ante todo no para fumar, ni poner el dedo en un interruptor [¡vaya, se distingue uno por encima del sombrero negro del hombre! La electricidad y la fotografía habrán marcado la irrupción de las luces, la época de las Luces de un nuevo marranismo, a no ser que anuncie su fin]. Las cosas cambiaron desde entonces, incluso para mis padres, en una generación, y el exilio en Francia no dejó de tener algo que ver en ello.)

El hombre y la mujer permanecen desvelados. Estos vigías velan en secreto, para mantenerlo, la llama de su secreto: la vela misma [veilleuse].
Él parece meditar más que una vida, más allá de la vida misma, de los siglos de ferviente resistencia, de repliegue sobre el hogar de una fe irredentista. Velada fúnebre (wake, pero ceremonia sin fiesta, esta vez, y sin júbilo): no al lado de un muerto o de un moribundo sino de un mortal que se esconde todavía, de un secreto mortal.

La melancolía del hombre es visible. ¿Es legible? Puede firmar la memoria enduelada de lo que él recuerda y por lo que él vela todavía, pero ella puede también llorar la amnesia, el olvido de aquello mismo que hubiese hecho falta procurar velar – y que amenaza con extinguirse al próximo soplo de la historia. «Somos pequeños, modestos, incultos, pobres, parecen decir, nuestra memoria es más grande que nosotros. Nos acordamos apenas de lo que tenemos en memoria. Ya no sabemos con suficiente claridad de qué pasado somos en memoria. Pero somos en memoria.»

El secreto de esta ceremonia queda tan expuesto, tan vulnerable y vacilante como la llama de una mariposa [veilleuse], un resplandor efímero precisamente, es decir consagrado a no durar más que un día, entre dos noches sin fin. El que vela, la que vela y la vela [veilleuse] velan la noche, sobre la noche, toda la noche.

Jacques Derrida (1930-2004) nace en el El-Bihar, cerca de Argel (Argelia), el 15 de julio, tercero de los cinco hijos de Aimé Derrida y Georgette Safar. Recibe el nombre de Jackie (era costumbre de los judíos argelinos dar nombres que sonaran «menos católicos», tomándolos, por ejemplo de las estrellas de Hollywood), que al comenzar su actividad literaria transformará en Jacques; su segundo nombre, Élie, no esta registrado; es el nombre hebreo que se le asignó siete días después de nacer. La suya es una familia sefaradí de origen español, trasladada a África del Norte después de la Reconquista; los judíos argelinos obtuvieron la ciudadanía francesa recién en 1875, Derrida resaltó en varias oportunidades los problemas de pertenencia ligados a ese origen: por una parte, una malograda identificación con la comunidad judía, con origen en la preponderancia del modelo cultural francés; por la otra, la sensación de que la lengua y la cultura francesas, las únicas que tenía no eran suyas.




Celebración de Pesaj en secreto, Belmonte,
foto de: Frédéric Brenner



Portadores de una marca: ¡los marranos!

Por Sebastián de la Obra, Córdoba, España,
Publicado en agosto, 2013

La experiencia humana está construida sobre palabras (unas naturales, otras impuestas). Hay palabras que mantienen inalterable su potencial explosivo durante siglos. Hay palabras que se hacen y otras que se deshacen. Palabras para mostrar afectos y palabras para dar rienda suelta a los odios. ¡Marranos!

La expresión “marranos” se ha venido utilizando, hasta nuestros días, como término (despectivo y peyorativo) para identificar a los judeoconversos que mantuvieron en la clandestinidad su identidad y creencias judías (o que se sospechaba que mantenían en secreto su identidad y…). En el medio académico se ha suavizado esta expresión sustituyéndola por la de criptojudíos. Nuestros marranos son judíos cristianizados que no quieren dejar de ser judíos pero se ven forzados a simular que son cristianos. Han cambiado su nombre; han cambiado sus comidas; han cambiado (muchos de ellos) su oficio y lugar de residencia; han cambiado (y olvidado) la lengua con la que se dirigen a Dios y terminan adoptando una identidad híbrida, fragmentada y quebrada. Son y no son al mismo tiempo. No son verdaderos cristianos. No son judíos a carta cabal. El judaísmo rabínico los desprecia, el cristianismo eclesiástico y, también, el popular los odia. Hay que acudir al mismísimo Maimónides para encontrar palabras de comprensión y consuelo para con ellos.

En el libelo antijudío escrito por fray Francisco Torrejoncillos (Centinela contra judíos, 1621) se ofrece una “curiosa” explicación sobre la expresión: “dicen que a los españoles les salió este nombre llamándoles ´marranos´, que en español quiere decir puercos, y así por infamia les llamaban marranos a los cristianos nuevos de judíos, y dávanles, y se les puede dar este nombre con gran propiedad, porque entre los marranos, cuando gruñe y se queja uno de ellos, todos los demás puercos o marranos acuden a su gruñido; y como son así los judíos, que al lamento de uno acuden todos, por eso les dieron título, y nombre de marranos” (1)

Los marranos disimulaban su identidad judía y simulaban la adoptada cristiana. Toda su vida era observada por los vecinos y la Inquisición. Toda su vida estaba regulada por el calendario y las normas cristianas. Escuchaban las predicaciones; acudían a la Iglesia para ser vistos; participaban o aparentaban participar en las festividades religiosas… El secreto de su identidad quedaba reducido a un radical y solitario espacio de intimidad, perdiendo el carácter social y comunitario del judaísmo. La identidad y prácticas judías se restringen a determinados ritos, cada vez más alejados de la tradición y, a veces, realizados de forma equívoca. La circuncisión (“Brit milah”) se sustituye por una ceremonia simbólica celebrada en la casa (el circunciso portaba en sí mismo la prueba de su secreta identidad). Se mantiene la celebración de Yom Kippur, pero se olvida la fecha exacta. Se van dejando de encender candiles para el Shabat (numerosas acusaciones se construían con la expresión: “los vimos encender velas para la celebración de su día santo”. Se celebra Pesah como la fiesta de San Moisés, pero sólo un día, el primero o el último (aunque se mantiene la tradición de comer lechugas amargas, huevos cocidos y pan cenceño). En Purim, a la reina Esther se le canta (paradójicamente) como Santa Esther… Durante un tiempo repiten en la iglesia una hermosa y atrevida plegaria: Santa María madre de Dios y parienta mía… (hasta que la Inquisición prohíbe semejante familiaridad).

Los marranos van, poco a poco, desapareciendo bien por la implacable acción de la Inquisición bien por la no menos implacable pérdida del itinerario de su identidad. El laberinto en el que se pierden solo tiene una salida: el olvido. Escindidos entre una creencia impuesta y una creencia olvidada, acaban siendo, gran parte de ellos, indiferentes en materia religiosa. El desgarro y la duda van dando paso a una irónica resistencia y rebeldía (un buen ejemplo fue el marrano Juan de Prado). Ellos están en el origen del libre pensamiento como un refugio en el que el conocimiento y la libertad son el eje de la existencia.

El marranismo podría ser hoy una sugerente respuesta para resistir. Una respuesta de plena contemporaneidad. Lo que el marrano Spinoza dio en llamar: “la fuerza de existir”.

(1) Centinela contra judíos, puesta en la Torre de la Iglesia de Dios…/Fray Francisco de Torrejoncillos.- Barcelona: Joseph Girált Impresor, 1731 (Ejemplar de la Biblioteca de Casa de Sefarad-Córdoba)